18 oct 2006

cuarto para las doce

Al cuarto para las doce la sequía inundaba los espacios del tiempo, caminaba por entre las orillas de la desesperanza y la idolatría a los aparadores. Los sencillos parlamentos de la infancia se perdían en los engaños de cada día, de una vida cotidiana que era cada vez más inhumana, más errática y efímera. Ahora los brillantes amaneceres de diciembre sólo eran amaneceres, ahora los calificativos de asombro ya no existían. Pero cualquier intento por reflexión era enterrar la daga más profundo a un tormento insostenible, por debajo de las paredes de la memoria, escondida en días soñados que no habrán de llegar. ¿Y si por un momento dejara lo abstracto y empezara a recobrar mi piel y algún órgano, quizás empezaría a vivir nuevamente? ¿Si por un momento este rompecabezas despiadado nos otorgara libertad y no tan sólo ilusiones de un paraíso burdo? Me encuentro casi al exilio de las almas. Negándome a escuchar los llamados de los espíritus. En la oscuridad, los espectros rondaban intentando romper los resquicios de mi mente. Ruido. Mucho ruido. Casi he dejado de escuchar mi propia voz. Entonces no comprendo cómo puedo seguir adelante, no entiendo para qué. Pronunciar tu nombre es un artificio poco elegante que le resta importancia a la pérdida de tu cuerpo entre mis sábanas. El reloj se vuelve, como cada día, mi enemigo más despiadado, no da pie a una tregua. No da pie a nada. Me arrebata mis respiros sin ninguna contemplación, me arrebata mis años, mis sueños. Los desvelos han comenzado a cobrar factura. Creo que estoy enloqueciendo, entre miradas desesperadas y ausentes. Entre días y planes que no llegarán. Entonces me levanto como cada día, esperando que algo extraordinario cambie mi dirección y me regrese al camino trazado. Pero cuando dan cuarto para las doce, me doy cuenta que sigo atrapado en el espejismo. Y vuelvo como loco a dar vueltas alrededor de mi mente, esperando liberar la sustancia correcta que minimice mi dolor, un dolor no insoportable, pero que me agota a cada paso, con cada amanecer. Mis huesos están más destrozados ahora que por las noches de borrachera y porro, por los días sin comida y gases tóxicos. La falta de esperanza es más aterradora, más despiadada.

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