24 jul 2009

Cierra la puerta.

La Señora Gorda abrió la puerta y se asomó por el balcón. La brisa movía su cabello teñido color ocre. Las nubes se alejaron con el viento, como si ella las hubiera espantado. El cielo quedó desnudo. Hizo una especie de gruñido, como contestando los ladridos del perro callejero que vigilaba la noche. Yo tenía miedo que éste, al verme, la pusiera en alerta.

Junto estaba el Señor de Lentes, de quien sólo se veía a ratos su silueta ennegrecida cuando se asomaba por la ventana. Estaban casados, pero no dormían en el mismo cuarto. A lo mejor porque en su casa tenían muchos, eso creía yo, porque las señoras en el pueblo decían otras cosas. En la mía todos estábamos en el mismo, bien apretaditos.

El viento arreció, las hojas de los árboles se golpeaban, murmuraron una especie de cascabeleo, como un siniestro aviso de los espíritus. Primero apagó la luz el Señor de Lentes. Unos minutos después la Señora Gorda. Hasta el cancerbero yacía en la quietud del lote baldío de enfrente. Toño me dijo que le chiflara cuando Vero, la hija de los Señores, abriera la puerta para verse con su novio a escondidas; a todos nos gustaba esa niña, su cara, su piel satinada, su cabello negro. Apenas había cumplido quince, y su fiesta fue más grande y costosa que la de nuestro santo patrono del pueblo.

“Es la única hora en la que se puede, sino nos van a ver”, nos dijo Toño muy serio, no sabíamos si estaba triste o enojado. Su mamá se había muerto ese lunes. Y a su papá lo habían encerrado el jueves. Desde ese día no hablaba con nadie, más que para decirnos lo que haríamos. Poquito después de las dos de la mañana se abrió la puerta.

Una bicicleta llegó al mismo tiempo, era Pedro el noviecito de Vero. Se veían a esa hora para poder besarse, porque en el día no lo tenían permitido, las señoras en el mercado decían que eso no era bien visto. El perro callejero se levantó y empezó a caminar hacia mi, las piernas me temblaban, no sabía si chiflar o no, el cancerbero pasó de largo, luego que lo perdí de vista, chiflé.

Entonces llegó Toño y los otros, rodearon a la pareja, mientras yo me quedaba en la esquina, Chemo que estaba junto a él me dijo días después que sus ojos eran tan rojos como el infierno. La niña apenas iba a gritar cuando Toño le partió la cara de una pedrada. Vero cayó al piso. La sangre que salió de su cabeza formó diminutos ríos que fluían entre las piedras de la calle.

El rostro de Pedro fue iluminado por la luna, por la ira y el miedo que se le acumularon en el pecho, pero fue apagado un instante después por otra pedrada que Toño le clavó en medio de los ojos. Decían que pudo haber sido beisbolista, pero desde chico ayudó a su papá en la finca y nunca pudo ir a la escuela ni estar en el equipo.

Mi mamá le dijo a mi tía, al día siguiente, que Vero aún se movía cuando la encontraron, justo al alba. Con el rostro desfigurado murió en el hospital antes de medio día. Pedro falleció mucho antes que eso, con los puños bien apretados, como si hubiera querido pegarle a Toño, aunque ya ni tiempo tuvo.

Ninguno de nosotros volvió a hablar de esa noche. Los señores cerraron sus negocios, la cantina, la mercería, la miscelánea, la farmacia, hasta la nevería; casi todos los habían puesto cuando éste fue presidente municipal. Toño me dijo sólo a mi, que si ellos le habían quitado a su papá cuando lo acusaron con la policía de haberlos robado para poder enterrar a su mamá, porque ni para eso tenían; que entonces él les iba a quitar a su hija.

Después que enterraron a Vero pocas veces salieron de su casa. Toño no regresó al pueblo. Y la Señora Gorda y el Señor de Lentes nunca más abrieron esa puerta.

5 comentarios:

Mariel Hernández dijo...

:) :) :) :) sin palabras... me encanto!(sabía que me iba a gustar)se me puso la piel chinita, me hizo sentir un hueco en el estomago.

Mariel Hernández dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hozbelya dijo...

asi nada más....yaesta hecho y losabes.

Inconnue... dijo...

Me encantan las historias que de de alguna forma me explican el Por qué de las cosas que suceden, soy aficionada a las explicaciones, aun de las más absurdas, a la develación de los motivos, las justificaciones de las acciones... desgraciadamente las historias cotidianas, las reales, no siempre nos revelan sus motivos o nos dan pistas falsas...

Viejita, solo te puedo decir: No olvides escribir. Un beso de despedida, de esos que se dan cuando las puertas se van a cerrar y que se sienten como si alguien hubiera dicho hasta pronto.

Oscar Daniel dijo...

uf, quiero conocer a tía mechita. lo ne-ce-si-to.