6 nov 2007

la última noche del mes


La neblina se colaba por las grietas del Cabaret de la 20 de Noviembre, diluía los colores de la última noche del mes, dejando la apariencia de un perenne blanco y negro, de una vieja película que ya ha sido olvidada por varias generaciones. La banda tocaba una canción de Charlie Parker, mientras que los cuatro clientes que aún permanecían de pie, seguían creyendo después de tantos años, que con una copa más podrían tener -al fin-, sus anhelados dulces sueños.
En punto de las cuatro de la madrugada -apenas cinco minutos después que una lluvia descomunal castigara con una ira lacerante, a los noctámbulos, ebrios y prostitutas de la ciudad-, una mujer entró por la puerta; seis horas antes, todas las miradas de los hombres se hubieran posado en sus piernas, cabello, pechos y ojos, en ese orden; seis horas antes, las mujeres seguirían inventándole defectos, mientras el cantinero intentaría esbozar una sonrisa seductora y ella quizás sin ningún sobresalto en sus pensamientos, ni dolor, ni nada que la pudiera afligir, disfrutaría la noche y reiría hasta caer, sosteniendo en su mano izquierda un botella de whisky.
Su andar era nervioso, tembloroso, distraído, se halaba el cabello como si tuviera un tic. Miraba a todos lados y a pesar de su belleza, en ese momento nadie la notó. Pasaron quince minutos para que la atendieran, suficiente para que el sudor frío se fundiera con el agua de lluvia. La rubia, con la mirada fija en el reloj, no dejaba de apretar con todas sus fuerzas, su pequeña bolsa de mano; su pulso languidecía de repente, bajaba la mirada, veía sus pies mojados, recordaba entonces el beso que le dio su prometido esa mañana al despedirse. Y temía perderlo, temía que todas sus ilusiones se diluyeran al llegar a la estación del tren.
De que sirve la libertad si toda posibilidad de ser feliz te es arrebatada -pensaba mientras se empinaba el cuarto Bloody Mary en una hora-, sería una simple y vacía ilusión, no serviría para nada. Cuando dieron las cinco treinta dio un suspiro tal, que pudo todavía erizar la piel de los desvelados meseros, que imploraban por llegar a casa, se levantó del banco y puso un billete en la barra. No tenía ya tiempo para miedos o dudas, ya no le era posible regresar los pasos andados, ya nunca volverían los largos veranos en el río, ni los paseos por la playa, mucho menos las tardes en las que recogía por toda la calle principal, la alfombra de flores que caían y bañaban a los transeúntes, eso lo sabía muy bien.
La rubia se escondió tanto en sus pensamientos, que no notó que era observada meticulosamente a lo lejos. Salió del Cabaret de forma atropellada, ignorando los gritos de la cajera que con billetes en mano le pedían regresar para darle su cambio, sorprendida de que alguien olvidara tal cantidad de dinero. La persona que acechaba a la rubia se levantó de forma violenta, dejando la cantidad exacta en la cuenta, emanaba mucha serenidad, aquella que sólo poseen quienes que ya conocen con antelación, los acontecimientos que estarán por suceder.
Caminaba tan rápido como la espesa bruma se lo permitía. Cuando notó que la seguían ya era demasiado tarde, le pisaban los talones. A pesar que la Estación estaba al pasar el callejón, el pánico se apoderó de ella, sentía que sus esperanzas se derrumbaban en sus hombros, su rostro se descomponía y sus ojos olor a miel se llenaban de lágrimas, a cada paso le faltaba el aliento y la fuerza, varias veces estuvo a punto de tropezar.
Al entrar, el tumulto en taquilla le dio unos segundos para que se adelantara a su perseguidor, que había abandonado toda mimetización, llenando de preocupación -debido al inaudito desorden en un lugar público- a algunas señoras mayores, que esperaban en la fila exigiendo guardar las formas. En el andén 14 los pasajeros estaban ya abordando, pero no había señales del prometido de la rubia. El reloj marcaba cinco para las seis, el sol se asomaba entre las nubes, reclamando su lugar en el día, en el tiempo, en la vida de los hombres. Y dos minutos antes del alba, la rubia con ojos color miel se quedaba petrificada al ver que su perseguidor le apuntaba a quema ropa. Sabía el escape había llegado a su fin. Entonces una silueta se le adelantó, protegiéndola del inminente peligro. Su prometido, visiblemente mal herido, sostenía una pistola; quedó frente a frente al atacante, como si fuera una película de vaqueros. Con el brazo que le quedaba libre, la apretó fuerte de la mano. El sonido de las dos pistolas, fue seco, violento, ensordecedor, la rubia alcanzó a tapar sus oídos y cayó de rodillas, lo único que supo con certeza, fue que el tren se alejaba sin ellos abordo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo una duda: ¿la historia nació de la foto o la foto de la historia?
Pareciera que me describen una escena de Trotacalles, la viste? Cada frase te lleva a un mundo evidentemente de cabaret, pero viejo, de los 40's...
Abrazo, nos vemos en el festival.

deisy

Anónimo dijo...

carnal, por fin pude leerlo!!!seguro que la rubia venia con un vestido,no muy largo, ni muy corto(arriba de la rodilla),una gabardina,tengo duda con los zapatos, pero tenian que ser con tacon numero 5.

Me gusta el sol exigente,la imposibilidad de regresar los a pasos andados,y bueno, el recuerdo de su prometido me hace recordar la esperanza que se tiene siempre que se sabe que algo no tiene remedio.

besito.
lau

Anónimo dijo...

Bueno, muy bueno. Me gustó mucho. Ojalá me des permiso de usarlo para hacer alguna rola acorde. (K) Besines manito.

Octavio

Hozbelya dijo...

telodije nunca hay tren...

Anónimo dijo...

La neta es que casi chillo. . . jajaja, que bueno que hagas esto, sobre todo porque eres el unico que se ha preocupado por recordarnos lo que alguna vez fuimos; si no lo hicieras la oportunidad de reunirnos seria aun mas remota, gracias por llevarnos en tu mente, que chido que la distancia y la ausencia no deteriore nuestra amistad.

Ya estamos para la proxima semana, atte: El Marvicho