7 feb 2007

Kapuscinski


Las grandes almas siempre se van de forma prematura, como si este mundo hubiera dejado de merecerlos; como si debieran partir, continuar su viaje de aprendizaje y enseñanza en otros planos existenciales.
Hay quienes tienen la labor de ser testigos de su tiempo, para luego narrarlo y dejar ese testimonio, esa huella para los que habrán de venir. Hay otros que en su vida se empeñan en tratar de hacer alguna diferencia, aunque sea para un puñado de personas, de aquellos que pasan desapercibidos por el grueso de la sociedad y de los burócratas. A pesar de que esto signifique muchas veces descuidar su propia persona, descuidar posibles beneficios personales, arriesgarse al juicio de la familia, en un mundo en el que el valor y el éxito se mide en términos monetarios, no humanos.
Afortunadamente lo que hace andar este mundo son esas personas que no se adaptan a un molde establecido socialmente, que no se ajustan ni agachan la mirada ante los convencionalismos, que no temen arriesgarse por sus convicciones e ir a contracorriente, aún a sabiendas que eso puede significar andar solo un largo trecho del camino.
La partida de Kapuscinski marca el final de una era, de un periodismo arriesgado y no condicionado por el poder (simbólico, económico o coercitivo). Periodista por oficio, historiador por convicción y cercano al Premio Nobel por la calidad de sus letras. Un verdadero trotamundos, alguien que borró fronteras, colaborador en periódicos de muchos países (en México para La Jornada), y ganador de un racimo de premios; en su natal Polonia fue nombrado el ‘Periodista del Siglo’; en 2003 le fue otorgado el Príncipe de Asturias.
Como en toda muerte la ausencia es lo más insoportable, en el caso de Kapuscinski esa ausencia es menos por el testimonio de la ‘fuerza poética de sus palabras’, por sus libros que seguirán siendo un referente fundamental para todo un gremio e inspiración para más de una generación. Pero aquellos que no dejaron su alma en un libro, también permanecen; en la mirada nostálgica de cada mañana, en esa silla vacía en el desayuno, en las oraciones de su compañera de vida, en su sombra que se deja ver aún por los rincones de la casa, en esa neblina de diciembre que no volverán a ver.
Las grandes almas siempre nos harán falta, porque 'pudieron' enseñarnos mucho más; después de marcarnos el camino, y mostrarnos un humanismo poco usual en nuestra era; a nosotros nos queda no dejar que se borren sus huellas, que sean cada vez más visibles, que su voz permanezca en la memoria de papel o en el eco que aún resuena en aquellos los rodearon.
Y así, no dejar que su lucha en contra del poder y la impunidad muera; como tantas personas lo han hecho en guerras que carecen de sentido, o simplemente por la falta de voluntad de quienes ostentan cargos públicos, de extender la mano a un desconocido.

A papá, en algún lugar del universo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ahora sus libros costarán al menos cien pesos más, allá en la librería del Conaculta.

Sirva esto como un pésame con un mes de retraso.

Besito, Aarón

Fer